No vengo hablar de amor, no.
Esta vez no.

Esta vez quiero hablarte de personas.

No pienso hablarte del amor. Porque últimamente no sabemos ya ni lo que es.
Prefiero centrarme en las personas.
¿En lo realmente verdadero?
En esa fuerza centrípeta de dos puntos que se reúnen por estar atraídos bajo el huracán de una única fuerza.
No he venido a hablarte del amor, ni del deseo… ¿Qué estás diciendo? ¡Por favor!
Ni de esas distancias irrisorias que se quiebran de golpe si nos tenemos delante y no podemos mantenernos la mirada.
Que no, que no te voy hablar del amor. Que pesadito con los miedos…
De amor no hablamos, no. Pero entonces no sé de qué demonios hablaremos…
Venga, hablemos de placeres. De esa combustión espontánea. De la química. No precisamente de física cuántica, ni del tiempo. Evitemos hablar de abismos, sí.
Repito, no te estoy hablando de amor.
Voy hablar de estómagos retorcidos, hasta el tamaño de un grano de arroz, de respiración, de suspiros entrecortados. Pero no de amor, jamás de amor; no pensarás que lo que quiero es asustarte, por dios…
Hablemos de la fuerza, de un golpe seco que te deja sin palabras. Del aire; que es casi lo mismo que hablar del tiempo… Y que así parezca que hablamos de algo.

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